El término raza comenzó a ser usado ampliamente en las clasificaciones de los humanos en la segunda mitad del siglo XIX, justo a la par de la expansión europea por el mundo, cuando se formaron los imperios de las naciones más poderosas. Los atributos conferidos a cada una de ellas dan cuenta del sistema de relaciones establecido en esa época, en el cual los europeos se definían a sí mismos como la raza más civilizada, más evolucionada, la que habitaba en la región más propicia para la vida, en suma, la más perfecta; “los hombres más bellos y mejor hechos” dijera el célebre naturalista francés Buffon.
Las clasificaciones de la humanidad en razas proliferaron en esa época, desde las más clásicas que la dividían en cuatro o cinco grandes razas hasta las que contaban cientos de ellas, quinientas una de las más recientes y elaboradas. Todas ellas son igualmente arbitrarias y mantienen relaciones constantes, es decir, los blancos en el centro o en la cima, los africanos y australianos muy alejados, ya cerca de simios; las más recientes son menos obvias y evidentes en cuanto a este aspecto.
La idea de raza es por tanto una construcción realizada en un contexto social e histórico particular; por medio de ella se buscaba aprehender la diversidad humana desde la perspectiva de los europeos. En su conformación influyó la visión del mundo que éstos tenían entonces –y aún tienen- de los demás, y la relación de dominación que establecieron con ellos o que intentaron establecer: invariablemente de dominación.
Cada imperio se dedicó así al estudio y la clasificación de las razas de las regiones bajo su control, lo cual fue imitado en México, cuyo territorio era visto por la clase gobernante como un espacio a conquistar y sus poblaciones a dominar. Los documentos, mapas y atlas de la segunda mitad del siglo XIX son fiel reflejo de esta concepción.
Razas y evolución
Las clasificaciones de las razas suelen ser presentadas como estrictamente basadas en rasgos biológicos; sin embargo, las cualidades que se les atribuye -relacionadas con tales rasgos- están basadas en características culturales. Cada raza o pueblo perteneciente a una raza era clasificado en una escala (como salvajes, bárbaros, semicivilizados y civilizados) y el lugar que ocupaba era definido por la relación que tenía con los europeos o la élite gobernante de su país: mientras más cercano era su modo de vida al de éstos, menos rebelde, más alto en la escala era ubicado.
La teoría de la evolución, basada en la idea de que la humanidad se encuentra en un progreso constante, proporcionó una dimensión temporal, dando pie a una jerarquía cuya cúspide era ocupada por las razas consideradas más evolucionadas, invariablemente la raza blanca, y en la parte inferior, africanos y australianos. Dicho esquema no se consideraba fijo, las razas podían evolucionar, pero para ello debían dejarse guiar por las razas consideradas superiores, adoptar otra forma de vida, dejar su propia cultura. El que un pueblo se negara a ser gobernado por la raza blanca era visto como un rechazo a progresar, y su rebelión considerada como una manifestación de salvajismo, ante lo cual era preciso emprender una guerra para “civilizarlo”, tal y como ocurrió en México durante la llamada guerra de castas en Yucatán, cuando los pueblos mayas se levantaron en armas para defender sus tierras y fueron brutalmente reprimidos.