De las distintas formas de discriminación propias del mundo contemporáneo, el racismo se distingue porque se basa en las diferencias que existen entre distintos grupos humanos cuyos rasgos han sido definidos como constitutivos de una raza –el color de la piel o la forma del cabello- y convertidos en signos de inferioridad o superioridad. Un ejemplo claro de esto es la sociedad estadounidense, donde la esclavitud se basaba en la idea de la inferioridad de los negros –considerados casi animales-, y una vez abolida, en 1864, ésta continuó por seguírseles considerando inferiores a los blancos –aunque ya no tanto como para hacerlos esclavos-, promulgando leyes que les impedían la entrada a sitios públicos, su acceso a la universidad y, hasta hace algunas décadas, los obligaba a ceder su lugar en el autobús si un blanco subía y no tenía donde sentarse. La desaparición de esas leyes no terminó con el racismo, que se tornó más sutil en sus formas institucionales pero muy intenso aún en sus manifestaciones sociales.